jueves, 7 de abril de 2011

Por qué me paso en internet.

Debo admitir que pertenezco a uno de los tantos. Me he podido pasar horas viendo alguna página web, como TvTropes (si saben inglés, no la busquen, o se verán en una dimensión sin salida). Soy asiduo a algunos foros (ahora no estoy en ninguno, de todos modos), y también suelo conectarme mucho a deviantART, aunque no siempre tenga comentarios en mis cuentos y dibujos. Incluso tengo un blog, que si bien no lo actualizo seguido, tampoco es que tenga muchas opciones... Nadie viene. En fin, me quejaré de eso para otra entrada.

Son pocas cosas de las que un tipejo como yo puede (y quiere) disfrutar. Soy malo en deportes, como ya me imagino serán varios de los lectores. No es que no quiera, es que simplemente soy malo. Con ganas.
De hacer ejercicio no soy, aunque hago todo lo que mi estado físico me permite. Debo hacerlo, así que me lo trago.
Me gusta, eso sí, pasear por la ciudad. Es divertido. Lamentablemente, vivo en el campo. Sí, EL CAMPO. Es un fastidio, pues nací y me crié entre los ruidos infernales del tránsito, el smog y el pavimento. Quizá, siendo así la descripción que doy de la ciudad, el campo debe ser un lugar bonito. Sin contaminación, tranquilidad...

No tienen idea.

No quiero hablar de problemas familiares, por lo que sólo diré que, desde que nos mudamos, sólo ha habido eso: problemas. Y cuando no son los problemas familiares los que me sacan de mis casillas, son los deberes familiares (que sobrepasan con creces mis deberes escolares), o es que, cuando al fin me libero de todo... No hay nada.
Miras para todos lados, buscando algo que se pueda hacer, algo que pueda mantenerte despierto, y no me refiero a algo que te haga no dormir, sino algo que te haga hacer algo. Y lo único que ves, es media hectárea de pasto algo seco, con un camino de tierra afuera, y más allá, campos de cultivo donde excavan para sacar la arena que hay debajo de la tierra. Nada.

Nada...

En fin. Eso es todo.

sábado, 19 de marzo de 2011

Snuff

Si no te gusta la sangre y las vísceras gratuitas, vade retro.
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Snuff

I

– ¡Graba eso, graba eso! –escuchó detrás de él, de parte de la directora.

El camarógrafo trataba de mantener la vista en la lentilla, sin resultado. Tenía que grabar a pulso, la repulsión de la escena le ganaba. Sólo tomó un suspiro para poder enfocar la imagen y luego retiró la vista. Cuando escuchó la palabra “corte”, sólo ahí pudo dar un respiro, aunque seguía sin ver hacia el set. El actor se acercó al tipo de la cámara, quien mantenía la vista pegada en la cámara, como si quisiera limpiarle la suciedad inexistente entre los botones.

–Eh, chico, no te sientas mal –le animaba con palmadas en el hombro, manchándole con pequeñas gotas de sangre –. Terminaría muerto fuera de aquí de igual manera.

El actor se marchó para hablar con la directora sobre algún detalle ínfimo. Para el camarógrafo, cualquier asunto con la actuación era para nada importante. Tenía que revisar la cinta, y esperaba que esta ocasión estuviese bien hecha. La primera vez se enteraron antes de arruinar la toma, y el segundo intento hubo un error de parte del actor.

Aguantó la respiración, y le dio al botón de reproducir, para verificar que la toma había salido bien. A sangre fría revisó cada segundo de la grabación. Maldecía para sus adentros, el no quería meterse en ese mundo, pero el mundo le atrapó antes de que pudiera poner el primer pie fuera de la jaula. Estaba sumergido en eso hasta el fondo.

El actor soltó el machete apenas dijeron la palabra mágica. El hierro estaba oxidado, y muy falto de filo. Él podía hacer el trabajo, pero se lo hacía difícil. Al “protagonista” se le hacían moretones en vez de cortes por cada golpe, y sacarle los dedos fue toda una odisea. Tenía que hablarlo con la directora.

Se acercó a ella con su pose de falso galán como casi siempre lo hacía al dirigirse a ella, sólo por las ganas de irritarla.

Pasó cerca del camarógrafo, para exhortarle antes de que éste regurgitara. “Novatos” es lo primero que le va a la cabeza después de alejarse de él, siguiendo su camino hacia la directora.

–Chica, tienes que darme mejor utilería –fue lo primero que alegó, extendiendo levemente los brazos y encogiéndose de hombros – ¿Cómo quieres que haga la escena si me das un pedazo de metal tan viejo?

–Es parte del encanto –Replicaba la directora, sin cambiar mucho su expresión de seriedad –. Tendrás que hacerle esfuerzo.

– ¿Debo?

–Debes.

Ambos mantuvieron un silencio. El actor supuso que podría lograr conseguir mejores instrumentos, pero ella fue bastante tajante. Casi al mismo tiempo, ojearon al camarógrafo, que estaba revisando la cinta con una expresión de asco que se notaba a leguas.

– ¿Por qué lo elegiste a él? –Preguntó el actor – Apenas se aguanta una jeringa.

–No lo sé. Me pareció bonito. –fue la respuesta inmediata de la directora, sonriendo levemente, como si no fuera nada.

– ¿Sólo por eso? Vamos, que no sepas controlar tu libido es una cosa –el actor echó un ojo otra vez al camarógrafo –, pero este muchacho no sirve para esto.

– Servirá –insistió ella –. Sólo le falta entrenamiento.

La directora siguió buscando ideas en su cabeza. El cliente quería algo simple, pero no algo fácil. No sabían si el “protagonista” duraría toda la filmación. A pesar de que los sedantes mantenían el rango de dolor al mínimo, el desangramiento podría matarlo antes de tiempo, cosa que tampoco era la idea. El cliente quería ver su sufrimiento hasta la última gota de líquido vital que pudiera quedar en sus venas, prolongarlo lo más posible, para satisfacer su mórbido placer.

Esa era la única instrucción. Los métodos de sanguinaria tortura estaban a total libertad de la directora. Por ella bien, aunque a veces prefería reglas. Es difícil complacer al cliente si no sabes qué es lo que quiere, y cuando las pautas son muy flexibles – a veces inexistentes –, se hace un tanto más complicado. ¿Qué hueso romper, qué parte enfocar? ¿Con qué hacer heridas, qué miembros amputar? A veces la inventiva no podía con el desafío que la inseguridad planteaba, mas tenía que seguir con el proyecto y llevarlo a su fin.

Le dio al camarógrafo un momento para ir a relajarse, así ir a ver el estado de la escena. Las paredes con sangre añeja de anteriores filmaciones, marcas de cortes y pequeños trozos de piel. Luego giró su mirada sobre el protagonista. Respiraba a duras penas, tenía los ojos muy abiertos y las pupilas extensamente dilatadas. El sujeto, que apenas podía mover los miembros que le quedaban, giró un poco la cabeza para observar a aquella cruel mujer. Su boca estaba cosida cual muñeca de trapo, sólo pudiendo emitir de esta manera unos gemidos lastimeros. La directora sonrió y se acercó a él.

–Tranquilo, muchacho –le dijo al protagonista, terminando con una oración maliciosa –. Son sólo tres escenas más.

Ella notó la ira en su semblante. A pesar de que su adormecido cuerpo sólo podía mover unos pocos músculos, fue lo suficiente para mostrar la furia en sus ojos inyectados en sangre y lágrimas. Sin embargo, a la directora no le importó en absoluto. Ella sólo se dio media vuelta, aún sonriendo con unas ideas maquiavélicas rondando por su cráneo.

II

El camarógrafo fue a descansar a la habitación que le habían cedido para su estadía en ese lugar. Una que podría ser la última. No temía por ser el protagonista de la siguiente filmación – conseguir un camarógrafo para grabar aquellas películas no era fácil –, pero sí a ser un esclavo de aquél mundo. No sabía qué era peor.

Seguía con la cámara en la mano, pero no quería verla más de una vez. Sólo se miraba las zapatillas, grises como el suelo de su habitación. Los movía un poco, en un intento de calmar los ánimos, convencerse de que no era para tanto. Era una clara mentira, sin embargo era lo único que podía hacer. Había sido seleccionado por la directora, sacado de una vida patética sin un futuro. Las opciones eran pocas; dinero a cambio de vida servil, o morir en su propia desgracia. Irónico era pensar que aquella mujer le sacó de estar cerca de la muerte para hacerle grabar agonías.

Tocaron su puerta, escuchó que le dijeron algo sobre otra toma. Era hora de seguir filmando la película. La cámara estaba en su mano aún, lo único que tenía que hacer era encenderla otra vez e ir a escena. Sin embargo, se tomó su tiempo antes de presentarse una vez más en el lugar. Sólo unos segundos más, para prepararse mentalmente y aguantar otros veinte minutos de grabación.

El actor se preparaba para la siguiente escena. Revisaba constantemente su vestidura, parecida a la de un médico cirujano, suspiraba al no tener instrumentos más precisos y mejor cuidados. Para la siguiente actuación debía cortar al protagonista con un escalpelo. Se le había dado libre acción, así que estaba decidiéndose por qué parte seguir. ¿Dedos? ¿Brazo? ¿Rostro? Consideró la última opción repetidas veces, mientras probaba con sumo cuidado el filo de la pequeña hoja. Se sentó al lado del protagonista, quien le miraba desde su pobre ángulo. La cama donde el cuerpo dopado del protagonista yacía era vieja, y había sido parte de la escenografía de muchas otras filmaciones. Olores se desprendían del colchón, marcas se encostraban en las sábanas.

El actor se percató de las pupilas dilatadas sobre él. Se giró para verle, aunque luego volvería a pegarse en el escalpelo.

–No me mires así –alegó –. Agradece que te tengamos sedado.

El protagonista seguía haciendo los intentos de darle una agresión con su mirada, pero el actor se mantenía firme con su decisión de ignorarle. Pero llega el punto en que se hizo insoportable. ¿Cómo un tipo a medio morir podía ser tan molesto?

– ¡Basta, basta! –Exclamó entonces – Mira, yo estoy metido en esto de hace mucho y no pienso salirme ahora. De todos modos terminarás hecho fiambre, ¿Por qué no te resignas en vez de seguir con tu irritante insistencia?

El protagonista no se detuvo. Sólo miró. Nada más. El actor, enfadado, se levantó de la cama, dirigiéndose sólo una vez más al protagonista.

–Agradece que tengo que esperar a que llegue el de la camarita y la directora. Por mí, ya te habría mandado al basurero.

Entonces el actor se retiró, esperando con incipiente impaciencia a que llegara el resto.

El protagonista, por su parte, pudo soltar un pequeño “já”.

La directora había ido a conseguirse un simple café. Como si nada, un café sin gracia de una máquina cualquiera. Respeto por la vida humana era algo que había perdido hace años. A los únicos que había aprendido a, al menos, mantener distancias, era con los productores y clientes, sólo por conveniencia. Pero el protagonista era su menor preocupación. Hasta el espresso insípido de la expendedora lo consideraba más importante.

Y claro, su nuevo juguete, el camarógrafo.

Pillarlo en su deplorable situación fue algo que le alegró aquél día. La carencia de una cámara era notoria, no había candidato con la habilidad o la falta de ego suficiente para aceptar el trabajo. Pero aquél sujeto tenía todas las cualidades necesarias. Una pésima autoestima, un sueldo deplorable en un trabajo mísero, y un futuro nada prometedor. Además, habilidad con la cámara e incluso estudios en lo relativo al cine. Tenía todo lo que ella necesitaba, sin contar lo buen parecido que el hombre era. La directora tenía planes para el camarógrafo, más allá del cine clandestino. Lo quería como su mascota, o más aún, como su esclavo personal. Esa personalidad tan mísera le encantaba, sentía las ganas de subyugarlo y verle arrodillado a sus pies, obligarlo a hacerlo todos los días.

Aunque pronto se desvanecerían las ideas para dar paso a la acción. Terminó su espresso en un corto lapso de tiempo y se dirigió a la escena otra vez. Hace ya media hora que todos deberían estar en el estudio y ella todavía no asomaba ni las narices.

Sólo esperaba a que el actor no refunfuñara mucho.

III

La cámara se había encendido otra vez, con la cinta en el lugar correcto para empezar a grabar. El trípode había sido establecido, pues esta ocasión se requería una filmación en detalle. Además, la mano enervada del camarógrafo no tenía la firmeza necesaria para mantener el aparato. Cuando se dio la señal, el actor comenzó a pasearse por la escena, que había sido arreglada como una sala de cirugía de un hospital. El protagonista se mantenía aún sedado, con sólo sus ojos en movimiento, vigilando cada tortura inminente. Su boca, cosida con hilos oscuros, parecía tener una vibración muy leve, muy sutil, sea como fuese, no podría pronunciar ninguna palabra.

El actor, vestido cual médico, desenfundó el escalpelo de su carcasa de metal, lugar donde estaba protegido para que no se rompiera, ni tampoco que cortara a su portador. Luego, procedió al que podría ser el único diálogo en toda la película.

–Parece usted estar enfermo. Necesitará cirugía.

En ese momento, el camarógrafo enfocó cómo se acercaba lentamente la delgada hoja metálica al estómago descubierto del protagonista. El actor miró de reojo a la directora, esperando su indicación para empezar el proceso. Ella asintió con la cabeza, dando paso a que el actor comenzara a penetrar con suavidad la piel del sujeto en la camilla. Rasgó aquél denso órgano que separaba las entrañas del exterior, de a poco. Un suave quejido se pudo oír mientras se cortaba el cutis, al mismo tiempo que la sangre brotaba en un lento goteo. En cuestión de segundos, la afilada hoja ya había hecho un enorme tajo que permitía ver el saco donde los entresijos se escondían, una delgada membrana a sólo un corte más de distancia.

Otra vez, el actor miró de reojo a la directora. Una nueva señal de parte de ella daría pie a que el escalpelo cortara la delgada membrana. Más sangre se derramaba, esta vez ya cayendo al suelo, impregnándose en la camilla. Esta vez los gemidos eran más que eso; eran gritos ahogados, lamentos imposibles de disimular, incluso manteniéndole la boca cerrada a la fuerza.

El camarógrafo quería salir de ahí, había visto más de lo que quería, pero tanto el actor como la directora le detendrían, para luego obligarle a seguir filmando. Sólo cruzó los dedos para no vomitar ante tal escena.

El actor se vanagloriaba en su actuación. Él juraba que hacía buenas actuaciones, que no cualquier actor podría aguantar tan bien aquella escena sin asquearse, y seguir en su papel.

La directora sólo sonreía.

El protagonista, a pesar de saber que no tenía escapatoria, gritaba por auxilio, aunque estos gritos sólo se escucharan como galimatías ruidosos. El dolor era agudo, insoportable, incluso con los sedantes se hacía tortuoso. Además, aquellas drogas no le dormían; le habían dado dosis sólo para apaciguar su dolor físico, pero no para que pudiera dormir en paz. Le obligaban a ver como, lentamente, moría, sólo para entretener a un demente. Sin embargo, más dementes eran aquellos que estaban haciendo la película, siguiendo las órdenes de otro desquiciado. Pero ¿qué importaba la opinión del protagonista? Él iba a morir.

El camarógrafo sentía cada vez más fuerte el sabor ácido de su propio vómito en su garganta. Aguantaba con todas sus fuerzas no hacer nada más que mantener la cámara enfocada en los intestinos y órganos internos del protagonista.

Desde ahí en adelante, fue libre acción del actor. Él tomó con sus sucios guantes aquellas menudencias y empezó a desgarrar, retorcer, todas las ideas más maquiavélicas que podrían llegar a su retorcida cabeza. Los chillidos del protagonista eran tenebrosos, daban calos fríos incluso a la misma directora, siendo tan desalmada como lo era. El actor sentía el aullido recorrer su columna, pero con todas sus fuerzas lo ignoraba para seguir su carnicería.

Ya había cortado muchos órganos vitales. El enorme tajo supuraba una mezcla de sangre, bilis y otros fluidos; poco a poco el sonoro chillido se iba apaciguando, mientras el ambiente se iba tensionando. El líquido vital se iba escurriendo, ya era tanto que goteaba a través de las fibras de la camilla. El actor soltó la hoja, ya ensangrentada y algo torcida, dejándola caer sobre el ahora cadáver del protagonista. Él cerró la escena, diciendo.

–De todos modos era un caso Terminal.

Entonces se dio media vuelta y se retiró de escena, sin más.

Ante la indicación de la directora, el camarógrafo dejó de grabar, para su alivio. Exhaló lentamente, como si durante toda la grabación haya estado conteniendo su respiración, en tentativa de mantener sus ácidos estomacales dentro. Había sido un horror para él, muy contrastante con la sensación de victoria de la directora, que se regocijaba pensando en lo bien que había sido todo ejecutado. El hombre tomó la cámara, sin recordar que pronto debía revisar la cinta para aseverar la calidad de la grabación. Entonces se giró a la directora, acercándose a ella, para hacerle una pequeña petición.

– ¿Puedo salir de aquí?

–Supongo que no más allá de tu cuarto. –cuestionó la mujer.

Él asintió, afligido. A pesar de que su intención era considerando este detalle, mantenía falsas esperanzas de que podría salir de ese lugar, corriendo.

–Tienes diez minutos –sentenció en tono frío –. Quiero hablar contigo.

El camarógrafo notó una sonrisa y un arqueo de ceja de parte de la directora. Aquella sonrisa le enfriaba la columna. No sabía qué significaba, pero tenía muchas ideas circulando, y ninguna de ellas era buena.

Caminó en dirección contraria a la directora, pasando por una puerta que conduciría, eventualmente, a su habitación. Apenas cruzó la puerta que le llevaba dentro de su recámara, tomó el basurero y vomitó.

IV

El camarógrafo miró sus manos. A pesar de no tener más que un poco de polvo y sudor, se sentía más sucio que eso. “Es porque eres un novato” decía el actor cuando se lo mencionó unos días atrás. Sólo cinco minutos tenía para descansar de semejante brutalidad. Y tampoco era el gran descanso, pues, una vez más, la revisión de la cinta era prioritaria. Estaba con el tacho de basura cerca, por si se hacía necesario. Por suerte pudo revisar rápidamente sin sentir la necesidad de regurgitar, o al menos no tan potente como para volver a hacerlo.

Era poco tiempo el que tenía para calmarse, en menos de cinco minutos debía ver otra vez a esa mujer. Verle a la cara le aterraba, saber que la directora se deleitaba en imágenes tan crueles y absurdamente asquerosas le hacía pensar que era una persona realmente maquiavélica. Probablemente, no esté tan equivocado, por lo que el muchacho había visto.

Miró el reloj de la cámara. Quedaban tres minutos de libertad. Apagó el aparato, dejándola a un lado. Era una cámara común y corriente, con algunas especializaciones, pero nada fuera de lo común. Generalmente así eran las mayorías de las películas de ese mundo. Grabadas con casi ningún recurso más que el personal. De todos modos, si no hay necesidad de efectos especiales, no hace falta presupuesto.

Dos minutos. Sólo dos minutos que se escurrían con alarmante rapidez. No quería verla, quería salir de ahí. Se aseguraba a sí mismo que había un camino para escapar de ese horror, que sólo tenía que buscarlo. Pero una parte de él sabía que era imposible, que estaba atrapado, para siempre.

Un minuto. ¿Valía la pena retrasarlo más? “No” fue una respuesta de su subconsciente. Terminó por hacerle caso a esa negativa, cuando sólo treinta segundos le separaba de tener que enfrentar a la directora.

Salió de su habitación, dejando la cámara sobre su cama.

El actor se fue a su “camerino”. Más bien era una bodega, tal como la habitación del camarógrafo, lugar que había tenido la suerte de verla más de una vez. Probablemente su lugar estaría más arreglado que el del “novato”, pues se veía que tenía pertenencias suyas, “recuerdos” de anteriores películas. Dedos, calaveras, ojos enfrascados. Había noches que le daba algo de miedo meterse a su propia habitación, y más de alguna oportunidad quiso quitar ese especial ornamento, pero se decía a sí mismo que si podía aguantar dormir ahí, podía soportar entonces el sentir vísceras en sus manos.

Estaba cansado, y la ducha le había dado más sueño. Tuvo que sacarse el hedor de la muerte encima antes de echarse a dormir.

Dejó la toalla que le cubría por debajo de la cintura en el suelo, soltándola al aire, y se metió debajo de las sábanas. Luego se quedó mirando al techo, recordando los ojos de su nueva víctima. No había sacado nada de él, algo para recordarle. Podrían ser sus ojos, ya que tanto le miraban. Podría ser su lengua, aunque no la usó mucho. Podría ser los hilos que cosieron sus labios y que contuvieron sus lamentos y blasfemias. Podría ser… Cualquier cosa.

Estuvo horas y horas pensándolo. Se daba vueltas en la cama, considerando si debía levantarse de su catre para conseguir su souvenir o si era mejor pasar la noche en tranquilidad y hacer ese ritual el día siguiente. Tanta divagación le obligó a levantarse de su camastro, para pasearse, cosa que le ayudara a pensar. Pero al final, todo recayó en la decisión de una moneda de cobre y níquel.

Cara. Iba a buscar los ojos.

Se puso pantalones y una camiseta, además de las alpargatas; tomó un bisturí con una hoja limpia y nueva, un frasco que tenía preparado ya hace bastante, y partió. Confiaba en que todavía no habían retirado ningún elemento de ahí, incluyendo al protagonista. Y claro, no se equivocaba. El cadáver del protagonista se mantenía en la misma camilla. La sangre se había encostrado en las telas, y el olor de tumba estaba impregnando el aire ya. Los ojos inyectados en sangre, abiertos completamente, estaban listos para ser sacados.

El actor dejó el frasco en el suelo, y asió el escalpelo, partiendo con su extracción.

El asunto sólo le tomaba unos minutos. Había aprendido bastante haciendo películas; el actuar de doctor era su fetiche, y estudió, como aficionado, muchas cosas de cirugía. Sacar un ojo era algo relativamente fácil para él.

En un par de minutos, habiendo cortado la piel, sacado los restos de carne, el ojo era suyo. Se agachó para recoger el frasco. Abrió la tapa y metió aquél órgano dentro, pero sintió un pinchazo en el cuello que le impidió cerrarlo; tuvo que soltar el frasco debido al sorpresivo dolor, haciendo que éste se estrelle en el suelo, dejando fragmentos desperdigados, el alcohol derramado y el ojo en el suelo. En unos segundos reconocería qué tipo de aguja era. Una inyección, directo a la yugular. La sensación de adormecimiento no tardó en recorrer su cuerpo, al parecer era una fórmula concentrada. Se dio media vuelta, tratando de identificar quién había sido el culpable; fue completamente inútil, siendo que estaba a punto de caer desmayado. Sólo vio un brillo blanco, una sonrisa, pero de otra figura, no la misma que sostenía la vacía jeringa.

Cayó al suelo, y hasta ahí llegó su conciencia, pues caería en el sopor de la anestesia.

La directora esperaba con impasible paciencia al muchacho. Lo había citado en la misma bodega que tenían como “estudio”, aunque lejos de la escena, donde yacían aún los restos del protagonista; restos que no saldrían de ahí hasta que el olor diera cuenta de su presencia. Ella se miraba las uñas de una de sus manos mientras mantenía el otro de sus brazos cruzando su pecho, dándole vueltas a imágenes imaginarias de lo que haría con su juguete. Sólo el eco de las suelas de un par de zapatillas golpeando el suelo de cemento le sacaría de su regocijo. Eran pasos suaves, temerosos. Ella sabía que era por su actitud. La directora intimidaba al muchacho con su figura. Y le encantaba saberlo.

Cada paso se hacía más lento. La distancia temporal entre cada eco era cada vez más larga. Sin embargo, la directora no se exasperó en lo más mínimo. Sólo se giró hacia la efigie del camarógrafo, que incluso pareció retroceder al divisar a la mujer conectando su mirada. Pero él de todos modos llegaría a sus garras. Sonrió.

Cuando tuvo ese ser al alcance de sus zarpas, deslizó la yema de su dedo en el cuello del muchacho. Él estaba tan aterrado que se paralizó en ese mismo momento. Ella seguía deleitándose en el inmenso terror que infundía en la psique del chico, aunque tuvo que desconectarse de tal placer, aunque sea sólo por ese instante.

El actor. El actor era su problema. Iba a discutirlo con el muchacho, quería jugar con su juguete.

El actor era egocéntrico, era pedante. Le sacaba de quicio con sus exigencias. Que necesitaba tal utilería, que quería actuar de tal o cual manera, que necesitaba espacio, puras habladurías de un idiota que creía que de verdad era actor. Sólo era un asesino más, como ella lo fue en la segunda década de su vida. Nunca actuó, nunca actuará. Todo su alarde era una mera maqueta que él mismo se había inventado para cubrir su máscara de torturador, intentando mostrarse como alguien con talento.

Quería deshacerse de esa basura de persona, y lo quería hacer pronto.

Pero con estilo.

–Muchacho –dijo la mujer, dejando de acariciar el tembloroso mentón del camarógrafo –, ¿sabes? Tengo ganas de volver a la actuación, pero necesito un protagonista. ¿Me ayudarías a conseguir uno nuevo?

V

La misma inercia del cuerpo cayendo hacia el suelo hizo que la aguja se deslizara hacia fuera, y la impresión del camarógrafo dejó caer la jeringa. Lo único que hizo ruido al caer fue el actor. El muchacho, muy nervioso, miró para todos lados, sabiendo que no había nadie que le incriminara, pero esperando a que le atraparan y lo llevaran lejos. Después de una espera sin sentido, tomó el cuerpo del hombre y lo arrastró fuera de aquél lugar.

Tenía tanto miedo a esa mujer. ¿Por qué? Le inspiraba terror su sola vista, y sin embargo no lo entendía. Era casi irracional. Sabía de su forma de ser, sabía que era realmente cruel. Aún así, sentía que tanto horror era sin razón.

Debía llevarlo a una habitación donde se preparaban a los protagonistas. La misma directora se encargaría de preparar el cuerpo para la película. Sin embargo, esta película no iba hacia algún cliente especial. No era una producción para la venta de sus mercados clandestinos. Era para ella, para la directora.

Llegó a la puerta de la sala de preparaciones. Esperó frente a la puerta púrpura, sin tocar la puerta. Sabía que aquella aterradora fémina estaba detrás, sonriendo con maquiavélico placer. No se equivocaba.

Largos y afilados dedos envueltos en látex giraron la perilla desde el otro lado, y se asomó primero sólo la mitad de un rostro para observar.

– ¿Inyectaste todo? –preguntó desde esa perspectiva.

El muchacho asintió con desgano, su movimiento de cabeza fue muy leve.

–Bien. Llévalo dentro.

Él arrastró al actor dentro de la estancia, con los ojos cerrados. Sin embargo, la directora se dio cuenta que él no quería poner la vista en lo que había en aquél lugar.

–Muchacho –decía en tono burlón –, tendrás que abrir los ojos, pues hay que subirlo a la mesa de operaciones, y no puedo hacerlo sola.

Él juntó valor para poder abrir sus ojos a esa sala. Miles de objetos en estanterías varias, todas parecían hechas simplemente para causar dolor. ¿Qué tipo de preparaciones hacía la mujer allí? Era mejor para el camarógrafo no tener ni idea del asunto, eso era lo que deseaba con todas sus fuerzas. Pero la mujer le obligó a estar allí. Ella quería que cada herramienta que la mujer usara pasara por sus manos primero. Tragó saliva y se limitó a seguir órdenes, sin hacer caso a ninguna insinuación de parte de ella. Bisturís, hilos quirúrgicos, agujas y otros objetos que parecían estar de más en la operación pasaron de las manos algo nudosas del camarógrafo a las delgadas y enguantadas de la directora.

El proceso, luego de una hora completa, estaba listo. Ahora el actor protagonizaría su primera película.

Logró abrir sus ojos, pero no su boca. Se sentía adormecido. Quiso levantarse de su posición, aunque su cuerpo no respondió ante la orden de su mente. Sólo podía mover levemente su cabeza. Se giró hacia la izquierda, y su adormilada mirada se topó con el muerto ojo del anterior protagonista. Su primera reacción hubiera sido dar un brinco hacia atrás, si no fuera por el obvio impedimento de su cuerpo inerte. Luego, sintió unos finos dedos agarrándole el rostro, obligándolo a mirar a otro lado. Ahí fue que se dio cuenta de lo que sucedía. Él era el nuevo protagonista. Esa sonrisa solapada se lo había dicho todo.

–Bien, bien –escuchó apenas esa femenina pero temible voz –. ¿Sabes? Pensé en algún momento que, habiendo actuado tantas veces y tan magistralmente en mis películas, te merecías un papel protagónico. Obviamente, como estamos escasos de personal, yo tendré que tomar el papel de reparto. Espero no tengas problemas.

Esa sonrisa se mantenía en su rostro, llena de maldad. Nunca pensó que le sucedería. El actor no podía hacer nada, estaba aterrado. Era el único papel que nunca quería esterilizar.

La directora fue a prepararse, esta vez para actuar. Hacía seis años desde que salió de ser la asesina a la coordinadora de las películas. Un mundo extraño, sin duda.

Siempre sucedía eso en el mercado. Cuando alguien del personal se volvía inútil o insoportable, entonces se volvía el nuevo protagonista. Así entonces no había problema con buscar a alguien en las calles, secuestrar gente, o que los clientes tuvieran que dar su propia contribución a la producción. Una persona secuestrada era problemas, estaba llena de lazos. Un vagabundo, si bien no tiene familia ni nada que se le pueda llamar de tal manera, está fichado de todos modos en los registros. En cambio, alguien del personal ya había roto cualquier lazo ya mucho tiempo atrás, no había quién lo buscara, y las instalaciones de grabación estaban lejos de lo que la gente conocía.

Se puso ropa más cómoda, más elástica. Buscó algunos de sus instrumentos favoritos. Un cuchillo muy afilado, de doble filo, una fusta con una punta de metal, y una máscara hecha por ella. En realidad, era parte del cráneo de una de sus primeras víctimas, si es que no la primera misma. La había cortado y arreglado para poder ponérsela sobre su rostro, y le encajaba bastante bien. Estaba lista.

No pudo resistir una risilla que estaba en su garganta desde la noche pasada, cuando estaba arreglando al actor para su primera y última actuación estelar. Esa casi inocente carcajada terminó por crecer, hasta que incluso el eco se escuchaba desde fuera de su tráiler.

En ese preciso momento, se sentía de maravilla, como hace mucho que no se sentía.

VI

El camarógrafo preparó el trípode, ajustó la cámara en el foco deseado y esperó a que la mujer apareciera.

Temblaba. Mucho. Pero ya no le aterraba tener que soportar a la mujer, tener que aguantar tanta muerte ante sus ojos. Lo que le tenía los pelos de punta era pensar que se acostumbraría a esa vida, que, en algún punto, incluso podría llegar a disfrutarla. Claro, en ese instante no podía pensar en algo más repulsivo. Pero, siendo que incluso esa mujer era, hace muchos años, una persona completamente normal, entonces su destino no estaba tan lejos de lo mismo.

Con un paño especial limpió el lente de la cámara y el visor. Ajustó otros detalles, casi con tranquilidad. Si no fuera porque sus canillas estaban tiritando, estaría con bastante calma en su trabajo.

En un momento le distraería un escalofriante gemido, que le hizo soltar el paño, como acto reflejo. Se agachó a recoger el paño y seguir en lo suyo, limpiando teclas y demás partes, tratando de ignorar al actor, que se quejaba, que gritaba en silencio.

–Lo siento, pero no puedo ayudarte. –decía él, muy resignado, en voz baja.

No tenía otra opción que hacer caso a las órdenes de la mujer. El egoísmo del instinto de supervivencia era mayor que sus intentos de ser buena persona. Quería ayudarlo, pero la gran parte que le controlaba era su miedo. Sólo mantuvo su vista en la cámara.

Los gemidos se hacían más sonoros. Estaba gritando, de eso él estaba seguro. Se estremecía con cada silencioso aullido. Quería salir de ahí, quería dejar de escuchar eso. Presionó su rostro contra uno de sus brazos, que se apoyaba sobre el trípode, para ahogar una lágrima. Sólo una, que se quedó en el brazo de su deportivo.

Entonces se apareció la mujer, con la macabra máscara sobre su rostro, y la fusta en su mano derecha, mientras el cuchillo se mantenía en su funda, dentro del bolsillo de su pantalón.

– ¿Listo todo, chico? –preguntó.

Él asintió con la cabeza, tratando de no verla directamente.

–De acuerdo. Ponle los sedantes, que no se mueva mucho.

El actor trataba de liberarse del sopor, sin éxito alguno. Quería desaparecer de ahí, cerraba sus ojos y los volvía a abrir, queriendo que fuera una pesadilla de la que pudiese despertar. Oía lejanas las personas que discutían su venidera muerte, los aspectos técnicos para ejecutarle. Se giró otra vez hacia el observador cadáver del anterior protagonista. Su mirada de odio se había mantenido hasta más allá de su muerte. Aún faltando uno de sus globos oculares, se podía ver que había muerto con la ira en sus ya secas venas.

–Ojo por ojo. –escuchó, aparentemente de parte del cadáver.

¿De verdad lo había dicho, o era mera ilusión de las drogas adormecedoras en su cuerpo? A esas alturas, se creía cualquier cosa. Y de todos modos, no importaba si era una jugarreta de su estresada mente. Iba a morir, no tenía salvación.

Se preguntó muchas cosas durante esos minutos. ¿Por qué iba a ser sacrificado? ¿Por qué se querían deshacer de él? ¿Cuál era la razón? ¿Había otro cliente buscando una muerte en una cinta, o era mera diversión de la directora? No encontraba ninguna respuesta en su estado casi catatónico, ni siquiera a la más obvia. Sólo podía pensar en preguntas, no en respuestas.

Además de eso, sólo cabía una cosa más en su cráneo.

Miedo.

–Despierta, bello durmiente. Es hora de tu actuación estelar.

Ella soltó una gran carcajada al ver los ojos del actor abrirse como platos, acompañado de un agónico grito ahogado. Se acomodó un poco más la máscara. Había arreglado su cabello con algo de gomina para que se viera más estético, afiló su cuchillo y preparó todo como quería, incluyendo la misma escenografía. Era sólo dar la señal para grabar.

–Acción.

VII

Se encendieron las luces de a poco, manteniendo el cuarto algo oscuro hasta pasado unos segundos. La mujer miraba su cuchillo, probando delicadamente el filo contra sus propios dedos, pero sin cortarse. Una fusta colgaba de su bolsillo. Detrás de ella había un hombre maniatado y con la boca cosida sobre una camilla, que gemía y se retorcía dolorosamente. La mujer, cansada de aquellos lastimeros quejidos, toma la fusta con su mano derecha y flagela a aquél hombre en su pecho.

– ¡Silencio! –gritó con severidad al mismo tiempo que el chasquido rompía la piel.

Ella se deleitó en el grito posterior del agonizante condenado, pero de todos modos lo volvió a castigar, como si de verdad esperara silencio de su parte. Cuando los gritos dejaron de ser audibles, ella dejó su flagelo a un lado, asiendo su cuchillo y, con un pie, empujar al hombre, tirándolo al suelo. Mayor complacencia era para esa cruel fémina tal sufrimiento que sentía el nuevo protagonista. Se acercó a ese hombre entonces, y se agachó para cortar sus hilos que le impedían gritar más fuerte. Apenas hizo eso, el chillido resonó en la habitación. Parecía el quejido de un alma en pena, era aterrador, excepto para esa mujer, que parecía carecer de cualquier vestigio de humanidad.

El cuchillo estaba en su mano aún, así que procedería a hacer más cortes. Ningún corte era suficientemente letal, pero cada uno era más doloroso que el anterior. Aullidos y más aullidos de terror y sufrimiento.

La sangre empapaba la alfombra y las ropas de la mujer. El líquido que saltaba a su máscara la teñía de rojo. Ella sonreía.

Una vez ya habían transcurrido veinte largos minutos de sufrimiento, la mujer decidió que ya era hora de acabar con la escena. Cortó el cuello del hombre, dejándole al nuevo protagonista sólo unos segundos más de vida. Sin embargo, ella aprovechó esos pocos segundos, abriéndose paso en su pecho, entre costillas y carne, sacando lo último humano de él, y destruyendo lo último humano de ella misma.

El corazón del hombre sólo palpitó dos segundos en su mano antes de detenerse. El hombre murió antes que sus ventrículos.

Ella se levantó, aún con el corazón en su mano derecha, soltando el cuchillo sobre el cadáver del actor. Rió. A carcajadas. Sólo después de un minuto de no parar de reír, terminando aquella dantesca escena, lanzó con fuerza el corazón del actor y lo pisó, aplastándolo por completo.

Su cuerpo gozaba en adrenalina. Su respiración estaba agitada, y sus labios no podían dejar esa mueca de felicidad. Muy apenas pudo darle la orden al camarógrafo para que dejara de grabar.

–Corte.

sábado, 12 de marzo de 2011

Ellas siempre han dominado el mundo

Esto planeaba hacerlo para el día de la mujer, como regalo para cierta persona en especial, pero pasaron dos cosas: Ella no estaba, y yo no estaba disponible.
Como sea, un poco de filosofía barata para los oyentes que quieran oír, o escuchar, unos pensamientos mal hilados.

Hace centenares de miles de años, un tipo que quizá no haya pasado del Cro-Magnon, talló en una roca la figura de lo que sería, según los que dicen los entendidos en el tema de rocas viejas, una mujer de proporciones. Suponen estos señores que estudian vejestorios que esta figura era venerada, pues representaba abundancia y fertilidad. Una mujer era símbolo de lo más importante para aquellos seres de frentes anchas con rudimentarias herramientas. Curioso.
La mujer siempre ha estado presente en la historia, y bajo mi perspectiva, nunca bajo una mirada difamadora, aunque sí hay que destacar que la mujer operaba tras bambalinas; las mujeres no actuaban de protagonista, claramente por el contexto histórico, pero siempre eran importantes. De consejeras de sus esposos, como sujetos inspiradores de ideas, como deidades de gran poder.

Atenea era la Diosa de la Sabiduría. ¿Por qué no fue un hombre el sabio? Porque vamos, Zeus era bastante idiota como para meterse con cualquier ninfa teniendo su esposa al lado, así que los dioses hombres no tenían mucho seso. Siempre ha sido la mujer representación de la inteligencia en la cultura griega, eso es indiscutible. Incluso Odiseo fue bendecido con este don por ella. O sea hello.
Más me llama la atención Diana Cazadora. Siendo que se muestra al hombre como el que sale de caza a conseguir la carne para su familia, ¿por qué la deidad de la cacería es una mujer? A mí me suena por algo parecido a lo de Atenea. Digo, siempre se muestra al hombre como un ser bastante básico en cuanto a pensamiento, y no dudo por qué.

Vamos más adelante en la historia...
La reina Alexandrina Victoria, quien gobernó el Reino Unido por la época que fue bautizada por ella, la llamada era victoriana. Durante su reinado, el imperio británico tuvo una gran expansión, muy importante por lo demás. Reinó por sesenta y cuatro años, el reinado más largo de toda Gran Bretaña.

Y hay varios ejemplos, pero como soy hombre, no soy bueno buscando más...
En fin. El Día de la Mujer Trabajadora conmemora, además de los derechos de la mujer por poder trabajar y ser parte de la sociedad tal como el hombre lo ha sido, es algo que debe celebrarse como tal: lucha por la igualdad de derechos y deberes. Sin embargo, siempre me topo con la misma llaga.
La mujer siempre ha estado ahí, dominando, tirando de los hilos como el titiritero invisible. Siempre ha sido una figura de poder, sólo que no se muestra con mucha fanfarria.
Ellas siempre han sido las importantes. El hombre actual se desvive y hace mil malabares por complacer a una mujer, o en su defecto, que una de ellas le acepte. Y como ya he dado ejemplos, la historia confira a la figura femenina como lo más importante para la humanidad.

La mujer siempre ha dominado la sociedad. Lo que pasa es que se dieron cuenta de ello.

lunes, 28 de febrero de 2011

Pesadilla

Despierto.

Siento que alguien me abraza con fuerza. Es como si quisieran salvarme de algo. Tengo la sensación de miedo, siento las lágrimas de mis ojos correr, mientras un llanto ahogado se asoma en mi garganta. Los brazos que me cubren son gentiles y suaves, pero no evita que escuche un sonido agudo, fuerte, doloroso. Mis oídos sangran, el llanto escapa de mi cuello, atravesándolo, sin salir por mi boca. Siento que me quedo sin aire, mientras el gentil abrazo aún intenta reconfortarme sin poder hacerlo. Mi brazo se estira por sí solo, como si quisiera alcanzar algo. Intento contraerlo, pero no puedo, es como si la Un hilo fino empieza a circular alrededor de mi extremidad extendida, primero acariciando la piel, pero luego volviéndose más violenta. Empieza a ahorcar mis venas, a cortar mi piel, a desgarrar los músculos, haciendo caer la sangre en el vacío en el que me sostengo, mientras aquella cariñosa caricia sigue intentando confortarme sin fruto alguno más que mi miedo incontrolable, mis ganas de escapar, el dolor.

Lloro.

Imágenes corren frente a mí. Una familia tranquila. Felicidad, calma, placidez. Sonrisas se reparten entre los rostros presentes, como si nada pasara. El silbido vuelve, borrando las sonrisas. Entonces el agudo pitido se va poniendo más grave y más grave, hasta que se acaba. Corren entonces imágenes de peleas, de discusiones. Una mujer llorando, abrazándose a sí misma. Dos hombres discutiendo con furia y enojo. Unas gotas de un líquido carmesí reventando en el suelo, lentamente, como si el tiempo estuviese congelándose. Gritos desesperados que claman ayuda. Muerte, aceros fríos, un arma humeante. Constantes preguntas de si se ha hecho lo correcto o no.

Siento unos brazos alcanzando mi cuerpo, y rodeándolo con delicadeza. Cierro los ojos tratando de mantener la compostura, pero no puedo. Mi corazón palpita con fuerza, tanto que sale de mi pecho. Mi piel se sigue abriendo, desde el pecho hacia fuera. Mis vísceras arden como si el infierno hubiese emergido desde dentro de mí. Grito con todas mis fuerzas, sin ser escuchado por nadie, a pesar de ver cientos de rostros rondando por el vacío en el que estoy. Una cinta roja rodea mi cara, me envuelve, sin dejarme ver, sin dejarme oír, sin dejarme respirar. Sin dejarme gritar.

Grito.

Debajo de mis ojos me veo a mí mismo, desnudo, abrazando mis piernas. Una mujer me abraza por detrás, cantando una canción de cuna. Me arrulla, me consuela. Mi cabeza empieza a doler, siento la presión de la cinta, tal como si estuviese siendo estirada por dos extremos, estrujando mis sesos. Mi cabeza revienta, dejando salir mis pensamientos, mis ideas y mis proyectos. Una nube negra se expande por el vacío, dibujando una efigie de mí, llorando. La mujer me envuelve con ternura, sonriendo, como si nada malo pasara. Me siento mal, siento ganas de vomitar, siento dolor, tristeza. Mi corazón no está, mi cabeza ha perdido todo. He perdido todo.

Lloro.

Aún intentando consolarme, aún que haya perdido ya todo motivo. Trato de levantarme, pero no puedo. Mi cuerpo está congelado en la misma posición. No puedo ver, quiero gritar pero mi cuello está destruido. Trato de alcanzar la salvación, pero mi brazo está cortado. He perdido todo.

Los brazos de la mujer que me rodeaban empiezan a comprimirme. Siento dolor, pero pierdo las ganas de llorar. Ya no hay nada que hacer. Justo antes de perder el conocimiento, espinas atraviesan mis vestigios.

Despierto.

miércoles, 9 de febrero de 2011

La Voz

Esta historia es, por decirlo de cierta manera, mi "caballito de batalla". Es la que le dio el nombre al Blog, y no importa los años que pase, lo sigo encontrando algo de lo mejor de lo mío.
Sin más preámbulos...
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- Bien, ahora nos dirás cómo fue que atacaste a esa mujer, el por qué, todo.
- No sé que decirle, señor. No recuerdo cómo fue.
- ¿Acaso no recuerdas nada?
- No, nada. Ni siquiera sé si fue algo... voluntario.
- ¿Qué quieres decir con eso?
- Que yo no quise matarla, pero... pero algo me indujo a hacerlo, o alguien.
- ¿O sea que alguien te manejaba?
- Bueno... más o menos... No sé como explicarlo. Alguien me hablaba.
- ¿Quién te hablaba, chico?
- No sé quién fue. La voz venía, simplemente.
- ¿Nadie más la escuchó?
- No creo. Nadie escucha lo que yo.
- Me rindo. Este tipo no va a confesar.
- Claro que lo hará, aunque costará un poco...
- Mira, Carlos... Yo, siendo agresivo no le saco nada. Le he sacado información hasta a los terroristas y a este no, y no creo que tú puedas.
- Entonces déjame solo.

El policía agresivo se va, enojadísimo por el criminal esquizoide que le había tocado. Carlos se quedó, intentando ver si podía hacerlo hablar. Él era más perseverante que su compañero de trabajo.
- Bien chico...
- Gerardo, por favor.
- ...Gerardo. - Dijo Carlos - Déjame ver. Entonces... ¿Tú estabas...?
- Bueno... - Gerardo comienza a narrar.- Yo estaba caminando, volviendo a casa. Había ido a comprar cosas para mi departamento. Me distraje viendo... bueno, lo que siempre me distrae.
- ¿Qué cosas? - Preguntó el policía.
- ... Traseros de mujeres... - Dice el joven, ruborizado - Pero no viene al caso. Estaba... bueno, haciendo eso, cuando de pronto oigo algo. No le dí importancia primero.
- ¿Qué oías?
- Un pitido. Primero era algo común, así como siempre le pasa uno al escuchar algo muy fuerte por mucho tiempo. Pero luego el pitido empieza a aumentar de volumen. Se empieza a volver insoportable. Cada vez más fuerte. Puedo jurar que me llegó a sangrar los oídos. El dolor era realmente insoportable. Me tapé los oídos. Caí al suelo, de rodillas. El pitido cesó, de repente, sin aviso alguno. Me levanté rápidamente, esperando que no haya hecho el ridículo. Había gente que me había mirado, pero luego de verme levantarme, se despreocupó del asunto y siguieron sus respectivos caminos. Me levanté. Me masajeé las sienes y seguí en mi camino. Me senté en el paradero, tranquilamente. Me puse los audífonos y puse mi Playlist favorito.
- ¿Qué música? - Pregunta el policía.
- ¿Importa? - Cuestiona Gerardo.
- Para mí, sí.
- Está bien. El playlist constaba de canciones de Pantera, Sepultura, cosas así. ¿Contento?
- Ahora sí. Prosigue con tu historia.
- Bueno, puse el asunto en el Ipod y me senté esperando el bus. De repente oigo una voz.
- ¿Cómo era aquella voz?
- Era extraña. Grave. Muy, muy grave. Era fuerte, pero luego cambió. Empezó a ser carraspienta, afónica. Así iba cambiando de vez en cuando. No lograba escuchar ninguna canción. Mientras más subía el volumen, más fuerte se ponía aquella voz, ordenándome que parara la música.
- ¿Le hiciste caso?
- Al comienzo no. Pero luego el pitido volvió. Esta vez sí que los oídos me sangraron. Sentí el fluido recorriendo mi mejilla, llegando al cuello. Me saqué rápidamente los audífonos. Los audífonos estaban húmedos. Luego la voz volvió. "Intenta hacerme caso." Me dijo. "Yo no soy el que controla el pitido.". Me pregunté para mis adentros quién sería. "Después sabrás quién soy." Me dijo. No sé porqué me pareció que me leyó el pensamiento, si es que no estaba dentro de él.
- ¿Cómo es eso?
- Yo observé para todos lados. No había nadie. "No me encontrarás." Escuché. "No soy alguien que puedes observar como a una persona. Sólo puedes escucharme. Dime algo, ¿Eres feliz?"
- ¿Qué le respondiste?
- Le dije que sí. Lo pensé, más bien. Creo que esa era la forma de comunicarme con él. "Vamos, no me mientas. Ese salario de mierda, la zorra que tuviste por polola, la carrera de Arquitectura que pasarás sin oferta de trabajo. ¿Eres feliz?". Me ví obligado a decirle que no.
- ¿Piensas eso en realidad?
- La verdad, sí. Mi vida es una reverenda mierda... Disculpe la palabra.
- No importa. Prosigue.
- La voz me hizo reflexionar sobre mi vida. Mi ex me había engañado 3 veces... a la vez. La última vez que vi a mi gato fue destripado en la acera. Estoy por terminar Arquitectura. Soy el mejor de mi clase, pero nadie parece estar interesado en mí. Dudo obtener una oferta de trabajo. Actualmente trabajo en un supermercado de abastecedor. Me pagan muy mal. Apenas me alcanza para la renta y para alimentarme. Mis únicas posesiones realmente caras son mi Ipod y mi computadora. La computadora todavía la estoy pagando y el Ipod me lo regaló mi hermano. Tengo otras historias trágicas, pero ya sería por alargar la historia.
- Está bien. Sigue.
- La voz me dijo "Muy triste tu vida. ¿Y no tienes nada para hacerla un poco más... digamos... interesante?. Me pregunté a qué se refería. "Hacer algo más adrenalínico. Algo más divertido. Algo para desquitarte." "Me basta con la música, gracias." Pensé. "Con tu música agresiva te desquitas por un momento. Con lo que te propongo te desquitas por siempre. ¿Sabes dónde está tu ex?" Me pregunté para qué. "Aprovechando que siempre llevas ese cuchillo en tu cinturón... mira, ahí está la zorra- Digo, tu ex. Ahora levántate. Cruza la calle. No te preocupes por los autos. Los conductores serán prudentes, aunque te tocarán la bocina de todos modos. Eso es. Acércate a ella. Desenfunda el cuchillo. Tócale el hombro. Ahora que están frente a frente..."
- ¿Qué pasó?
- Desde que le pregunté qué cuchillo, mi vista se nubló. Sólo recuerdo sensaciones y la voz... Sentí un fluido recorriendo mi mano, humedeciendo mi camisa, chapoteando en el suelo. Un grito ahogado, cada vez más débil. Una respiración acelerada, cada vez más tenue. Gritos estridentes y molestos.
- Bravo. Bravo. Narraste muy bien, chico. Pero estando aquí... No parece muy correcto. Sólo estabas desahogándote.
- No... no me hables.
- Vamos, ambos sabemos que no mereces estar aquí. Tu desgracia debería estar aquí. Dios debería estar aquí. Ha hecho muy mal su trabajo.
- Cállate.
- No me callarás. Sabes que soy tu única salida de un manicomio. Harás lo que yo diga.
- No... no ahora... no aquí...

El policía no entendía qué pasaba. Vio al chico discutiendo consigo mismo. Luego el chico se agachó, debajo de la mesa. Se levantó del asiento, pero cuando quiso sacar su pistola, no la encontró en su cinto. Se había descuidado. Lo último que vio, fue la mirada del chico. No le había visto a los ojos en todo el interrogatorio, pero cuando los vio, deseó estar ciego. Luego un fuerte sonido invadió sus oídos. Sintió el torrente fluir de su estómago. Lentamente su deseo se había hecho una realidad, pero aún así terminó por ver esos ojos, aún peor, podría haber jurado que había visto a aquella voz, exteriorizándose libremente, sin ni una pizca de vergüenza por el crimen que había hecho cometer al joven. Luego su vista se tiñó de rojo, no pudo ver nada más. Lo último que vio en esos pequeños segundos fue la locura misma.

Hay ocasiones en que tu mente empieza a divagar. Empiezas a pensar tu vida, reflexionarla, digerirla. Hay personas que se dan cuenta de la realidad y descubren lo pésima que es, o lo buena, dependiendo de la persona. Hay ocasiones que tu mente empieza a hablarte, como si fuera un ente separado. Hay ocasiones que te ayuda, otras que, a veces, te mandan a cometer verdaderas locuras. El primer indicio, una vocecilla. Cada vez más fuerte, hasta que terminas con un cuchillo en la mano.

jueves, 3 de febrero de 2011

...

Cualquier parecido a este relato con la realidad puede ser muy real a veces. Pero no representa mi pensamiento ni el de ningún otro... A veces.

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No sé qué pensar de mí a veces. Las ideas que me vienen cada vez que la miro no son propias de mi carácter, o al menos eso siento. No me creo de verdad tan depravado, en serio, pero cuando llega algo así a mi mente no puedo sacármelo. Ya me imagino qué pensaría la gente si se lo comentara, me apuntarían con el dedo, o saldrían corriendo. Sin embargo, me lo aguanto. Sé que no soy así, es algo que tengo dentro y ya.

Pero cuando la veo a ella, se me viene lo peor a la mente. Cuando estoy en la cocina, si tomo un cuchillo y la veo, aunque sea sin querer…

No, no lo he hecho. Pero las ganas no me han faltado. Es que su piel es tan suave, y su figura tan delicada, su cabello tan precioso, y sus ojos tan inocentes…

Su piel pálida, su carne suave, su sangre fluyendo…

No, no, no es propio de mí.

Siempre que se me agolpaban esas imágenes en la cabeza, mis ojos se desviaban en un punto exacto entre el metal y ella. Sentía el filo entre mis dedos, lo deslizaba suavemente, casi siempre cortándome, sólo para evitar que esa herida termine en su cuello. Luego, cuando ella se percataba de mi mirada extraña, yo simplemente me giraba y decía que no pasó nada. Me limpiaba la sangre y seguía con lo mío, fingiendo lo mejor que puedo. Ella se mantenía sin saber qué era lo que pensaba. Era mi gran secreto, y nunca esperé a que se enterara.

Otra ocasión me había quedado mirándola, cuando estábamos en la habitación. Puse mis manos tomando con suavidad su rostro, con toda la gracia que ella merecía. Acaricié con mis pulgares su rostro. A veces sentía que mis manos callosas rayarían su piel, como si mis extremidades fueran lijas y su cara porcelana. Mis manos ahí, tocando su blanquecina y tersa tez…

Bajé mis manos a su cuello, y…

Quería asfixiarla. Rodear su fino cuello con mis dedos y apretar hasta dejarla sin respiración, hasta ver su cuerpo inerte más blanco aún. No sé porqué quería, pero en ese momento lo deseaba tanto como quería detener ese impulso. No quiero hacerle daño, pero esa parte de mí sí. Como si ella fuese demasiado hermosa como para mí, que fuese demasiado como para vivir.

La solté y al final nos fuimos a dormir. Nuestras intenciones eran otras, pero no podía desempeñarme de esa manera.

Ella se me acercó, y acercó su rostro al mío.

Cuando siento sus labios cerca de los míos, quiero morderla. No de esa manera que cualquiera pensaría, de verdad quiero morderla. Quiero penetrar su carne con mis dientes, sentir esa sensación en mi boca, mientras su cuerpo cae en la cama, rebotando, manchando las sábanas.

No…

Me separé una vez más y lancé de excusa que el trabajo me había agotado. Ella sólo se encogió de hombros y ya. No me hizo preguntas. Por lo mismo, yo suspiré con alivio.

No sé qué es lo que pasa por mi mente, no sé. Me tiene consternado. No sabía por cuanto tiempo aguantaría callándome eso.

Imaginarla así, su belleza inerte, poder apreciarla sin que ella mueva un pelo…

Muerta…

Llegó el día que se enteraría. No quería que sucediera, pero no era algo que yo pudiese manejar. Además llevaba demasiado tiempo así, tarde o temprano explotaría.

Estábamos viendo una película, pero durante todo el filme no pude ponerle atención. Miraba fijamente su cuello, imaginándome las mayores depravaciones que se me podían ocurrir. Ella se percató en ese momento de mi mirada tan ensimismada en su piel. Ella levantó una ceja y profirió una pregunta.

- ¿Qué pasa?

- Tengo ganas de ver tu cabeza desprendida de tu cuerpo – Dije sin poder detenerme –. Así admirar tu rostro.

Abrí un poco los ojos, sorprendido de mí mismo. Pero ella no me reprendió ni nada de eso, sólo sonrió.

- Tienes ideas muy extrañas. – Fue lo único que me dijo, besándome en la mejilla y poniéndose otra vez a ver la película.

El cuchillo estaba en mi bolsillo, y aún lo está. Un cuchillo pequeño. No le he hecho nada. Pero las ideas siguen. Y siguen…

miércoles, 2 de febrero de 2011

Atención, atención, quiero atención.

Esto no es un cuento. El propósito de este Blog es publicar mi literatura y dibujos, pero bueno, tenía ganas de expresar opinión. Siempre queremos decir cosas, ¿No?

Siempre queremos llamar la atención.

Vamos, no nos mintamos. Lloramos por atención. Todos nosotros.

"No, no quiero que me critiquen, así que mejor que me ignoren".
"Prefiero ser ignorad@, así entonces soy como quiero ser".
Al demonio.

El humano es un ser social. Como tal, aunque quiera ser ignorado, va a mostrar cierta luz que atrapará unas cuantas polillas. Incluso un niño con autismo termina recibiendo atención -a veces más que un chiquillo normal-, debido a aquella condición "antisocial". Cuando decimos que queremos ser ignorados, en realidad no es así. Ser alguien que no recibe atención es horroroso, no suena tan bien como puede parecer.
Cuando queremos ser "ignorados", lo que queremos en realidad es que no nos apunten con el dedo; no queremos ser mostrados ante otros como un mal ejemplo, pero tampoco queremos que se nos aparte del resto. Un total dilema, ¿No?
Ahora bien, ¿Qué más pedimos cuando queremos ser ignorados? Más de alguna vez alguien con el insecto parásito llamado "adolescencia" -ese que se aloja en las amídgalas y el cerebro- pide un momento a solas. Quiere su privacidad, su "espacio". ¿Esto podemos llamar como un pedido de ignorancia? Claro que no. Después el adolescente se enoja porque nadie le presta atención. Y para peor, después quiere que le ignoren.

Al final de todo, somos luces que intentan cazar polillas. Pero cuando nos topamos con otro bombillo, nos apagamos para parecer que tenemos suficiente con las polillas que nos llegan solas. Hay muchas luces. Otras que están prendidas todo el día, algunas que son tenues, pero a fin de cuentas todos somos luces.